¿Está mal ayudar a los demás?

Ensayo



Yo creo que todos hemos escuchado alguna vez a alguien (o incluso lo hemos hecho nosotros mismos) despotricando contra “el gobierno” de los Estados Unidos, contra su pueblo o contra su presidente. ¿Cuáles son los argumentos más comunes en este tipo de críticas abiertas? Siempre los más crudos, siempre los que sean más oscuros e “incómodos”. En general, la idea de alguien que hace eso es ponernos (consciente o inconscientemente) en contra de lo que él o ella considera que es Estados Unidos. Y una cosa que una persona de éstas seguramente dirá es que los Estados Unidos se están metiendo a donde no los han llamado.

A veces aprobamos palabras así sin mayores objeciones. Olvidamos una regla obvia de la argumentación “constructiva”; todas las partes involucradas deben dar su versión de los hechos. No pretendo ser una voz que represente al pueblo estadounidense, puesto que no nací allá y no conozco demasiado sus costumbres o sus formas de vida. Pero a lo largo de este escrito espero usar algunos de los argumentos hallados en las lecturas que se hicieron en clase para concluir por qué el pueblo estadounidense considera que tiene el derecho de intervenir fuera de sus fronteras para cambiar lo que ellos consideran problemático. Habría que ver qué razón o razones (si las hay) han impulsado desde la época de conquista y colonia al pueblo o a sus mandatarios (o a veces a los dos) a emprender misiones titánicas y aparentemente inhumanas y equivocadas, para imponer lo que ellos creen que está bien.

Me parece bueno aclarar aquí a qué o quién nos referimos exactamente cuando decimos “Estados Unidos”. ¿A su presidente? ¿A sus ministros, a sus embajadores en el mundo? ¿Quizás también a sus campesinos, oficinistas y demás pobladores “comunes”?
No me parece lógico generalizar tanto, por lo que pienso que lo correcto es decir claramente si nos referimos al Gobierno de los Estados Unidos (su presidente y gabinete, cónsules, etc. – en general, las personas relacionadas con la política y las decisiones gubernamentales) o a los habitantes del territorio (estadounidenses), que inclusive poco o nada pueden compartir con las creencias de sus dirigentes. Hecha esta aclaración, continúo.
Desde la carta que escribió Thomas Jefferson a Meriwether Lewis con motivo de la famosa expedición de Lewis y Clark (Jefferson representaba el poder – era el presidente de Estados Unidos) se nota un interés (si no camuflado, por lo menos sugerido, aunque de forma más bien clara) que se extiende más allá de lo que está escrito. Muy abiertamente se le pide a Lewis la recolección de datos que van desde las relaciones existentes entre las tribus habitantes de aquellas amplias y semidesconocidas tierras hasta los límites de lo que ellos consideraban sus posesiones territoriales y materiales – datos que no parecen muy relevantes si se está pensando únicamente en establecer relaciones comerciales.

Pues si lo que querían era comercio, definitivamente no necesitaban tanta información. ¿Para qué les servía conocer a los estadounidenses (o a sus mandatarios, que son, después de todo, los que tienen la última palabra a la hora de tomar decisiones de Estado) la locación y significado de los monumentos indígenas? ¿Qué más les daba a ellos saber de dónde obtenían los nativos sus bienes materiales? ¿Para qué mandar a traer “muestras” del paisaje natural al que se dirigía la expedición?

Los dirigentes de los Estados Unidos pretendían meterse en la mente de los nativos, conocerlos, saber cómo vivían, pensar como ellos. Y se encontraron con un mundo tan distinto, tan radicalmente diferente al que ellos conocían, que antes que pensar en adaptarse a él, supieron que debían moldearlo y adaptarlo a sus necesidades.

Un acto público que se presente en un escenario central de cierta población, va a ser conocido, atendido y probablemente aplaudido por una gran cantidad de personas que, de cualquier forma, se hayan enterado del evento. Las grandes acciones tienen repercusiones importantes, y si éstas no son materiales, son psicológicas en quien las conoce.

Pienso que el pueblo estadounidense tuvo conocimiento de lo que estaba ocurriendo a medida que se iba explorando el Oeste. Y el hecho de ver que, en vez de cambiar sus costumbres y enfrentarse con mente abierta a un mundo nuevo y desconocido, lo que hacían los conquistadores era seguir con su modo de pensar y (más importante aún) inculcarlo a la fuerza si era necesario, pudo hacer creer al pueblo (digamos, “sin culpa”) que ésta era la manera correcta de proceder. No en vano la cultura que llamamos occidental es la única que se ha auto concedido el estatus de “más desarrollada”, “evolución de la humanidad”, en general, “civilización”. Estos prejuicios falsos pero arraigados en la gente del siglo XVIII y XIX (y aún hoy en día) sirven como perfectos argumentos para apoyar causas como (por ejemplo) el desprecio y desinterés por y hacia los indígenas.

Es entonces cuando se da uno de los primeros ejemplos de intervención; se ha dicho en clase que la “libertad” e “igualdad” a la que hace referencia la Declaración de Independencia de 1776 misteriosamente no se extiende ni a los esclavos ni a los indígenas. ¿Por qué? ¿Qué tenían esos extraños seres, que los hacía tan diferentes a los demás? Simplemente que no encajaban. No encajaban en el prototipo de “hombre” culto y civilizado que los europeos habían traído a América y que permanecía en las cabezas de los colonos. Sencillamente, los negros y los indígenas no habían estudiado, no entendían asuntos de ciencia, y por eso se basaban en supersticiones y supercherías para explicar los fenómenos naturales más banales. Pobrecitos. Definitivamente había que hacer algo, y modificar esta realidad hasta que fuera coherente con las creencias que estaban tan claras en la mente del pueblo estadounidense; había que sacarlos de la ignorancia en la que se encontraban.

Qué paradoja. ¿Habrá sido la compasión la que motivó a los estadounidenses a “ayudar” a su manera a los nativos? Pero, ¿estarían ellos al tanto del daño que se les causaba a los indígenas y a los esclavos, sólo por tener un buen corazón? … yo creo que sí.

Entonces, ¿por qué este pueblo interviene, como en este ejemplo? Porque al parecer, al intervenir no sólo creen que lo que hacen está bien. Es que lo saben. Lo han vivido, lo han visto. Así funciona la ciencia; si ellos han hecho un experimento y les ha funcionado, (son felices, viven en paz… etc.) es claro que este experimento se puede replicar (debería poder hacerse, además, sin dificultad) y aplicar en donde sea necesario. ¿Hay problemas? Deberían llamar a los estadounidenses. Ellos tienen la receta contra (casi) todos los males del mundo.
Unos párrafos así escritos podrían sonar groseramente egocéntricos. Pero es necesario entender que ha habido motivos que llevaron al pueblo estadounidense (o aunque sea a una buena parte de él, por lo que parece) a pensar de esta forma. No está mal, después de todo, querer ayudar a los demás.

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