Como no me siento bien escribiendo ese nombre con mayúscula, aparece como aparece. No me parece digno. Y no lo pienso nombrar más.
Ayer 4 de Febrero de 2008 por lo menos unos diez mil bogotanos (y sé que me estoy quedando corto, extremadamente corto si se tiene en cuenta al resto de los colombianos, pero es que yo sólo pude ver a los de mi ciudad) me mostraron a mí y a muchos otros que de veras compartimos aunque sea un interés; ni nos gustan las mentiras, ni los abusos, ni los engaños... y en realidad queremos que a la gente que no está en su casa con su familia y se encuentra en esa situación contra su voluntad, les sea permitido volver. Volver a la libertad, que es la vida. Yo no puedo pensar en mi vida si no tengo como derecho primario como mínimo el moverme por cualquier lugar que me venga en gana, y se que ustedes se podrán imaginar lo acostumbrados que estamos a movernos por nuestra vida como nos plazca.. Y es claro que, para los que están secuestrados, ni siquiera eso está permitido.
Por eso protestamos ayer. Por eso marchamos. Personalmente creía que no sería muy grande o influyente la presencia de una persona más (por ejemplo yo) pero mi amigo Daniel Galvis me hizo caer en cuenta de que, estando en la selva sumido en el secuestro, los signos de apoyo que estando libres nos parecen banales toman una importancia gigantesca.
Ojalá los que están cautivos, que son muchos, nos hayan visto. Ojalá nos hayan sentido. Ojalá la esperanza no los abandone, o mejor dicho, no nos abandone. Que sepan, que estén seguros de una cosa; los esperan, los esperamos, y volverán. Yo no suelo ser optimista. Pero actos como el de ayer me muestran que, si millones y millones de personas gritan y se mueven por una causa, es difícil que no tengan la razón.
Arriba la libertad. Y esperanza para los que la necesitan.
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